29 de diciembre de 2009

Sobre el racismo (parte I)

Cada población cree que es la mejor del mundo.
El orgullo de las naciones es más fuerte sobre todo en los momentos de mayor éxito, ya que una sucesión de circunstancias favorables también puede ayudar a mantener estable la situación, pero este éxito nunca dura demasiado; es difícil que a los políticos inteligentes (pocos son) les sucedan personas igual de hábiles y nos hacemos la ilusión de que el éxito puede durar hasta un futuro lejano, desafiando los ciclos que nos enseña la historia.
Como dijo, entre otros, Strauss, el racismo es el convencimiento de que la raza es biológicamente la mejor y que el éxito del que deriva nuestro sentimiento de superioridad no suele durar mucho.

En general, cualquier pueblo puede encontrar buenas razones para considerarse uno de los mejores en alguna actividad y el simple hecho de ser muy competentes en un campo determinado suele bastar para que a esta actividad se le dé más importancia de la que tiene.
Pero hay varios mecanismos que nos llevan a conclusiones racistas, por ejemplo, que sean las costumbres y hábitos distintos en cada país. No nos gusta cambiar, aunque estemos insatisfechos de lo que tenemos, por eso, el apego a estos hábitos y el miedo a vernos obligados a cambiarlos puede suscitar en nosotros una autocomplacencia que se podría considerar racismo.
Sin embargo, cuando se trata de diferencias de lenguaje (de eso sé bien yo), de color de piel, de gustos o del modo de saludarse, ahí están para convencernos de que los demás son diferentes de nosotros. La conclusión suele ser que nuestras costumbres son las mejores.


Todo esto nos lleva a crear y mantener una buena opinión de nosotros mismos y los que nos rodean, preferencia que puede generar un sentimiento de superioridad personal y sobre todo del grupo al que pertenecemos, en comparación con los demás. Un sentimiento injustificado, pero muy fuerte.
Hay muchos otros motivos para volverse racista. Unos de ellos, sin duda, es el deseo de descargar nuestro descontento e alguien. Sea cual fuere el origen de la rabia, casi siempre pagarán las personas de nivel social inferior; un sentimiento de superioridad relativa es suficiente para generar desprecio hacia los que están por debajo de nosotros en la escala social.

Las razones del desarrollo de las hostilidades y, sobre todo la inmigración masiva, sacan a relucir el racismo.
Las razones psicológicas del racismo se pueden examinar si las diferencias genéticas efectivas entre los grupos humanos dan superioridad a uno u otro grupo; algunas de ellas son evidentes, y no cabe duda de que son en parte hereditarias.
Pero ante todo, tengo que decir que no es fácil distinguir entre herencia biológica y herencia cultural: a veces, es posible que las causas sean genéticas, sociales o las dos cosas, teniendo en cuanta que las primeras son muy estables en el tiempo, mientras que las segundas están más sujetas a cambios.
Algunos quieren extender la noción de racismo a cualquier diferencia entre grupos, sin embargo, no me parece apropiada esta denominación, porque creo que esta clase de intolerancia es mucho más fácil de corregir que el racismo, y aunque a veces pueda ser difícil, por eso es importante ejercitar la tolerancia. Según Voltaire, hay una sola situación en la que es aceptable la intolerancia: cuando nos encontramos ante personas intolerantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario