12 de noviembre de 2009

Ya era hora


Sin prisas…
Las agujas siguen apuntado hacia signos tan convencionales comparados con lo que es realmente el tiempo que pasa, que corre a veces o va cansado, pero que seguro que no vuelve.
Cada movimiento de una aguja significa un instante único, a pesar de que en la vida, hay cosas que ocurren en cuestión de un segundo, y otras que se desarrollan durante toda ella.
Me he dado cuenta que damos muchas cosas por sabidas pero desconocemos, y otras tantas, en cambio, que creemos no saber y han estado ahí siempre, en ese reloj de nuestra vida que da vueltas eternas.
De éstas últimas, no percibía su existencia, su realidad… aunque convivía con ellas. Las abrazaba sin notarlo. Las hablaba sin saberlo.
Son verdades ocultas por alguna razón. Podría decirse que secretos a voces. Voces mudas.
Pero que transcurren, andan con nosotros como si de unas sombras se tratasen. Nadie las oye cuando en silencio gritan al desentrenado oído del alma.
Ahora son los relojes los que me susurran “te lo advertíamos”. Me paré a pensar la similitud con… es que son como corazones alienados de complicaciones: formados por un sencillo mecanismo que no se puede permitir parar (si se para el corazón cesa la vida, si se para el reloj cesa el tiempo. Y el tiempo es la vida) pero sí carentes de sentimientos… espacio que llenan de paciencia. ¡Cuánta tienen éstos! “Todo a su tiempo” dicen a cada segundo.
¡Tenemos mucho que aprender aún de los relojes!
A Mí me enseñaron a aprender, ¿el qué? Eso no lo diré.

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