16 de marzo de 2010

Prefacio de El Alquimista

Durante once años de mi vida estudié Alquimia. La simple idea de transformar metales en oro o de descubrir el Elixir de la Larga Vida ya era suficientemente fascinante como para atraer a cualquiera que se iniciara en Magia. Confieso que el Elixir de la Larga Vida me seducía más, pues antes de entender y sentir la presencia de Dios, el pensamiento de que todo se acabaría un día me desesperaba. De manera que, al enterarme de la posibilidad de conseguir un líquido capaz de
prolongar muchos años mi existencia, resolví dedicarme en cuerpo y
alma a su fabricación.
A pesar de toda mi dedicación, los resultados eran absolutamente nulos. Pasé los siguientes seis años de mi vida en una actitud bastante escéptica en relación a todo lo que tuviese que ver con el área mística.
En este exilio espiritual aprendí muchas cosas importantes: que sólo aceptamos una verdad cuando previamente la negamos desde el fondo del alma; que no debemos huir de nuestro propio destino, y que la mano de Dios es infinitamente generosa, a pesar de Su rigor.
Conocí a RAM, mi Maestro, que me reconduciría al camino que estaba trazado para mí. Y mientras él me entrenaba en sus enseñanzas, volví a estudiar Alquimia por cuenta propia. Cierta noche, mientras conversábamos después de una extenuante sesión de telepatía, pregunté por qué el lenguaje de los alquimistas era tan vago
y complicado.
-Existen tres tipos de alquimistas -dijo mi Maestro-. Aquellos que son imprecisos porque no saben de lo que están hablando; aquellos que lo son porque saben de lo que están hablando, pero también saben que el lenguaje de la Alquimia es un lenguaje dirigido al corazón y no a la razón.
-¿Y cuál es el tercer tipo? pregunté.
-Aquellos que jamás oyeron hablar de Alquimia pero que consiguieron, a través de sus vidas, descubrir la Piedra Filosofal.

Y de este modo, mi Maestro (que pertenecía al segundo tipo) decidió darme clases de Alquimia. Descubrí entonces que el lenguaje simbólico que tanto me irritaba y desorientaba era la única manera de alcanzar el Alma del Mundo, o lo que Jung llamó el «inconsciente colectivo». Descubrí la Leyenda Personal y las Señales de Dios, verdades que mi raciocinio intelectual se negaba a aceptar a causa de
su simplicidad. Descubrí que alcanzar la Gran Obra no es tarea de unos pocos, sino de todos los seres humanos de la faz de la Tierra. Es evidente que la Gran Obra no siempre viene bajo la forma de un huevo o de un frasco con líquido, pero todos nosotros podemos -sin lugar a dudas- sumergirnos en el Alma del Mundo.

2 comentarios:

  1. Los alquimistas... los primeros químicos del mundo.
    Siempre me han fascinado, intentando conseguir la vida eterna a partir de los elementos de la naturaleza (viento, tierra,agua,fuego...).
    La alquimia no es una disciplina, es una filosofía de vida.
    Cómo me gustaría ser alquimista.¿Y a ti?

    PD:Y el alquimista es un libro que siempre he querido leer...y al fin lo tengo en mis manos. Ya te contaré que me ha parecido...

    Un abrazo querido arlequín.

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