22 de enero de 2010

Hombres de navajas, cuidaros las espaldas.

He salido con retraso de casa, y he pensado en que la vergüenza de entrar en mitad de la clase no compensaba el echarme una carrera y coger frio en la garganta, asi que decidiendo alternativas para esa hora he pasado por suerte o destino por un callejón.

Debo reconocer que al dar el primer paso por esa acera envenenada de botellas rotas me he arrepentido profundamente de haberme dirigido para allá, aunque solo fueran unos metros hasta salir otra vez a una colle iluminada.
Era como si las alcantarillas se hubieran tragado toda la luz ¡ni una sola farola encendida!
Los temblores que me empezaron no creo que fueran de frío, pero los vagabundos que yacían ebrios o por lo menos sin fuerzas para poder levantarse, olían a alcohol barato y a miedo. Miedo de mí, una extraña de ese mundo de miseria y perdición, con mi cabello cuidado, mi gran abrigo y mis botas de piel. Desafiando todo lo que ellos eran, su forma de "sobre"vivir.
Iba pasando a zancadas sobre cristales mohosos, zapatos sin sus pares, jeringuillas usadas y colillas consumidas al máximo, reflejo de personas sin comida alimentadas de pobreza, casas que se degradan como lo van haciendo los que tienen suerte de ocuparlas... terminé de pasar por la calle Desolación, y tan solo a unos metros otra calle, iluminada, con macetas en los balcones y gente hablando con móviles de última generación pasando por ella. Tan cerca. Tan distinta. Tan indiferente...
Pasé miedo, y tristeza alfin, pero los desafientes ojos que me siguieron no me engañaban, estaban iunundados de miedo, delantando lo vulnerables que se encontraban, incluso de los que ellos llamaban hermanos.

Me dirijo otra vez a la Escuela de Idiomas.

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