8 de enero de 2010

Ayer

Ayer fue cuando te encontré, iluminando la llena y brillante luna nuestros rostros expectantes. Ayer fue cuando me susurraste, y una vez más tu aliento cálido me hizo estremecerme. Ayer, solo ayer, sentí volverme a palpitar el corazón, lo podía notar, y yo era capaz de escuchar los latidos del tuyo, tan desbocado.
Nos separamos como se separó el calor de la playa y tu ausencia llegó como llegaron las primeras hojas marchitas, ayer sin embargo nos vimos. Quisimos vernos. Y no nos besamos, tenemos sabido que no somos amantes de carne… pero soy feliz porque te sentí. Ayer podíamos estar simplemente cerca y disfrutamos de nuestra presencia, sí, estaba ahí, tan cerca de la mía, rozando mis gestos, contemplando mis pensamientos… Tus pupilas en las mías y tus labios sellados al igual que cuando estabas distante, pero vestidos con tan significativo silencio que ardían, lo sé. Pocas palabras pudimos intercambiar, pero en esos momentos resultaban innecesarias incluso entorpecedoras, porque con dificultad podrían mejorar esa perfección, nada podría igualarse a nuestra contención.
En el intento de congelar los instantes la conmoción no cesaba, pero tus ojos se humedecían y tus manos empezaban a temblar, y creo que a mí me pasaba lo mismo, pero no lo sabré porque no pensaba en mi cuerpo, estando totalmente concentrada en ti y en que tu imagen no se fuera, no se alejara otra vez.
Tu susurro de despedida hoy permanece en mí como las olas en una caracola, esperando a que un día sea devuelto a quien pertenece en una noche como la de ayer.


O quizás lo soñé, y mi subconsciente, deseoso de que me mires y me digas a la cara que estás dispuesto a estar en mi vida, loco de atar lo inventó todo y jamás me pensaste… quizás no quisiste verme y tu semblante solo fuera una ilusión...

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