22 de septiembre de 2010

Tercer día: aburrida

Por primera vez en este año, vuelvo a escribir desde la biblioteca de la universidad.
Ayer me dieron una de las mejores noticias de estos últimos meses, y es que conseguí lo que me tenía todo el verano preocupada: aprobar el último curso de inglés de aborrecida escuela de idiomas, y con ello puedo dar clases e incluso opositar, pero vayamos con tranquilidad, que primero están tres cursos por delante en la facultad. Y digo tres porque he tenido mucha suerte con respecto a mis compañeros y ahora solo amigos, ya que a la inmensa mayoría los han dejado por el camino, impidiéndoles seguir con el plan origen o avanzar al siguiente del nuevo con tan solo una asignatura suspensa. Mis amigos lo llaman injusticia; yo no sé cómo llamarlo, pero me decanto más por mala gestión y organización. Incluso a mí, pasando limpia, me han desaparecido los créditos de una asignatura que superé el año pasado, pero bueno, no voy a ir recriminando a mi profesora lo que se ha impuesto por superiores; hay que acatarlo y ya está, sea o no justo.
Hoy es mi tercer día y ya me veis aquí escribiendo en horas de clase porque no asisten los profesores (a saber el caos en el que se están viendo envueltos también). De momento el frío no ha hecho presencia y aun tengo tiempo libre para salir por las tardes para engrasar la relación con mis amigos de universidad tras tres meses de incomunicación.
Es extraño como, alguien a quien ves unas cuatro horas de media diarias, desaparece de tu vida durante un periodo de tiempo, así porque sí, y reaparece del mismo modo.
Bueno, me voy a ir yendo otra vez al aulario, a ver qué impresión me dan mis nuevos profesores. Ojala este curso sea provechoso y, sobre todo, agradable.

6 de septiembre de 2010

Medicina indispensable

Hoy voy a hablar un poco de una enfermedad que te coge por los cuernos en el momento más inesperado y que es tan contundente que se hace muy difícil de asimilar, tanto por la víctima como por sus familiares como un buen amigo mío…


Si bien algunas leucemias tienen carácter fulminante, otras pueden ser enfermedades indolentes, de presentación insidiosa. Ya que no existe ningún síntoma que por sí solo y de manera específica permita diagnosticar esta enfermedad, el método más seguro para confirmar o descartar el diagnóstico, en casos seleccionados, puede ser realizar una biopsia de la médula ósea. Algunas de sus manifestaciones clínicas más importantes son: decaimiento, falta de fuerzas, mareos, nauseas, inapetencia, disminución de peso importante, fiebre y escalofríos que duran varios días sin una causa aparente, sensibilidad ósea, dolores articulares y de extremidades, sangramiento y anormal y hematomas, palidez de piel… un sinfín de injusticias que empiezan a darse en ti sin poder evitarlo.
La impotencia de los seres queridos es tal que no tardan un segundo en ofrecer su médula espinar. Mi amigo sabe que muy bien que sufrirá intensos dolores de espalda durante meses, pero nada comparado con lo que está padeciendo su madre. Al fin y al cabo, el amor hacia una madre trasciende hasta dar su vida por ella.
Los amigos a veces no sabemos como actuar; unos no hablan del tema por miedo a meter la pata, otros actúan como si nada pasara intentando animarlo, otros tantos intentan que hablen del tema para que se desahogue, mientras que otros le dan ánimos y les prestan su coraje, aunque ninguno sabe si lo está haciendo bien, ya que nunca es suficiente en estos casos.
Como siempre, “cáncer” es una palabra que aterra y, sobre todo, que siembra una impotencia a veces imposible de sobrellevar allá por donde pasa. Arrasando. Desde aquí, inútilmente le mando mi apoyo a esa familia que hace poco pasó por otro cáncer. Me hace pensar, y supongo que no soy la única, lo mal repartidas que están las desgracias… hay tantas y de tantas índoles que es complicado que no nos toque alguna.
¿Pero sabéis qué? Que la vida nos recuerda, y si no lo hace ella lo hará alguien querido, que no debemos enterrar todas las cosas buenas que siempre están a nuestro alcance de donde poder agarrarnos cuando vienen los huracanes, nos ayudan a que no nos traguen, y sin embargo en esos precisos momentos olvidamos que las tenemos. No hay que dejar que se nos hagan invisibles en los peores momentos, porque son precisamente las que nos echen para adelante. Y esas cosas son el carácter de luchadores propio de las personas, el de superarse, la esperanza, las ganas de vivir y, sobre todo, la gente de nuestro alrededor. Esa gente que espera que seas fuerte, que te quiera viva y feliz y además estará contigo, físicamente o no, hasta que se extinga la desgracia.
Yo soy de las que piensan que tu estado de ánimo, en otras palabras, la forma de ver la vida, es relevante en el resultado. Para mí una de las medicinas imprescindibles. Yo tengo la confianza de que mi amigo le recuerde a su madre que se la tome todos los días… hasta que ojala volvamos a verla bien.