19 de agosto de 2010

Momo, Shamrock y yo


Se sintió atraída, tanto como cuando algún peñasco me hipnotiza a mí para que lo trepe y pueda admirar la fuerza del océano, solo que ella no quería estar sola. Sentía curiosidad; lo sé porque descubría su cuellecito más de lo normal. Y también prefería irse con él, muy a mi pesar. Sin embargo se lo permití, aunque no pude evitar pensar qué fuerza atractiva podría desprender para que se acercase a un extraño. Aún así, noté que no era un extraño cualquiera, porque cuando alguien es del mundo, no es extraño para nadie. No hablaba, pero con su postura paciente decía que se podía confiar en él. Parecía tan confiada que ya no quise retenerla si quiera. Esperé pacientemente escrutando su figura intentando indagar dentro de él, pero se me hacía muy difícil con tal maraña que tenía por cabello ocultando su mirada, de modo que me quedé mirándole fijamente hasta que alguno de los dos cambiase su conducta, hasta ahora de reconocimiento. Llegó un momento en que el muchacho ladeó la cabeza hacia ella, como si mi tortuguita le hubiese saludado de repente y él hubiera salido de su distracción; ahí fue cuando me aproximé más a ellos, quizás para que me diese más tiempo a intervenir en el peor de los casos. Cuando la recogí la llamé Shamrock; me pareció un nombre que se ajustaba a la perfección a ella porque la encontré entre los tréboles de un paraje de Belfast y además era tan verde y mágica como un trébol, o Shamrock en irlandés. Entonces yo le encanté y se vino conmigo a pesar de que siempre ha sido tan ansia de libre al vidrio como cualquier otro reptil. Y ahora, por primera vez, parecía que quería ser poseída por él. Sostuve la hipótesis de que la razón fuera que él también era libre, o al menos aparentaba no tener ningún tipo de sujeción a las leyes sociales, y si estaba con él, ella también se sentiría libre.
Dos almas salvajes. Tal conclusión me hizo sentir miedo… aún era lo suficientemente egoísta como para dejarla escapar y no hice otra cosa que agarrar su cálido caparazón. Me costó atraerla hacia mí, más por mis propias barreras morales que por su fuerza. Entonces fue cuando habló. Dijo que su nombre era Momo y yo titubeante, aunque no sé si se refirió a mi o a Shamrock le respondí con el nombre de mi tortuguita y con que la cuidara. Sinceramente tenía la débil esperanza de que me contestara que no quería hacerse cargo para ella, sin embargo admitió que es duro separarse de alguien querido. Supe que me entendía y también que la dejaba en buenas manos aún si conocerle de nada, pero si mi tortuga le había elegido, tendría que confiar en su criterio, o al menos en su instinto. Le da dos golpecitos en su cabecita a modo de despedida y acto seguido se subió al regazo del muchacho. Dicen que cuando alguien se presenta deja de ser un extraño, por eso nunca olvidaré el nombre de Momo.

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